Hablar de los pueblos, barrios originarios y comunidades residentes de la Ciudad de México, es un asunto complejo en virtud de la transformación histórica que ha sufrido la Cuenca de México y cada vez más difícil tarea de delimitarlos y definirlos.
Desde la época prehispánica hasta nuestros días, el espacio geográfico de la Cuenca de México es lugar de una gran diversidad de asentamientos humanos.
Poco después de consumada la conquista en 1521, se estableció la traza de la Ciudad de México en un órgano regulador que destino la parte central para que fuera habitada por los españoles. Sus límites separaban la ciudad española de la ciudad india que se extendía alrededor.
La periferia fue asiento de los pueblos y barrios de la parcialidades y de otros pueblos que se formaron para congregar a la población india alejada de centro de la naciente ciudad, como los de Tacuba. Azcapotzalco, Cuajimalpa e Ixtacalco y los pertenecientes a la encomienda de Pedro de Alvarad, al Señor de Xochimilco y al Marquesado del Valle, ubicados en lo que hoy son Coyoacán, Tlalpan, San Ángel y sus alrededores.
Desde los origines de la ocupación de la Cuenca de México, se registraron asentamientos en 14 por ciento de su superficie, tierras que más tarde ocuparía la Ciudad de México y que como consecuencia absorberla a los pueblos originarios.
La ciudad fue ocupada sobre todo en sus partes bajas en lo que actualmente forma parte de las delegaciones Gustavo A. Madero, Azcapotzalco, Miguel Hidalgo, Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Benito Juárez, Iztalco, Iztapalapa, Tlahuac y una superficie considerable de Coyoacán y Xolchimilco.
Ese crecimiento generó un sinnúmero de problemas para los pueblos originarios de la Ciudad de México. Uno de ellos fue la pérdida del abasto de agua para sus tierras de cultivo, la ocupación de campos de cultivo, bosques y poblados rurales que conservan una estructura tradicional.
También el ingreso económico que obtenían de visitantes que llegaban por el cananl de La Viga los domingos y días festivos se vieron afectados pues perdieron terrenos por las construcciones de edificios y fueron divididos en el trazado de las delegaciones.
Pese a ello, los pueblos originarios se resisten a perder su identidad y a desaparecer.
De acuerdo con el Censo General de Población y vivienda del año 2000, aún existen 117 pueblos y 174 barrios que conservan esas categorías políticas.
La ciudad parece no identificar esos pueblos y barrios, pero lo que los distingue de otros espacios urbanos, es su participación en la intensa vida religiosa y socia que les confiere un sentido de pertenencia muy particular.
En cada uno de los pueblos y barrios existe una gran diversidad de celebraciones las fiestas religiosas, las fiestas cívicas y las ferias comerciales.
Lo más cercano que tenemos en el Distrito Federal a pueblos originarios son algunas comunidades en la zona metropolitana y con ánimo de construir políticas de tipo integral hay ciertas zonas como Iztapalapa, Chalco y Cuauhtémoc que cuentan con población Triqui Mazahua, Zpoteca, Mixe y algún otro. No hay un censo real por diferentes causas, porque hay mucha población migrante que está de paso por la Ciudad de México o porque muchos individuos ante la presión social no buscan identificarse con algún tipo de comunidad originaria.
Lo que tenemos en la Ciudad de México palpable, son rasgos culturales expresados en un sincretismo cultural entre originarios y españoles; en especial las Fiestas Patronales, que cubren buena parte de la misma Ciudad: que van desde Milpa Alta, Xochimilco, Tláhua, Cuajimalpa hasta zonas colindantes en el Estado de México y Morelos.
Necesitamos saber cómo convivir, los que estamos sobre este mundo que aun tenemos, nombrar la dignidad de los antiguos de esta tierra es aprender a darle sentido colectivo a lo que hacemos y creemos el tesoro vivo de lo que no se puede ni se debe vender es la diversidad de nuestro pueblos, pueblos que siguen cuidando el fuego y la sabiduría ancestral.
La diversidad de nuestra patria es grande podemos conocerla relacionarnos y enriquecernos con ella, pero toca a cada uno de nosotros defenderla fortalecerla y engrandecer la cultura es una respuesta especifica a la realidad de cada pueblo, no hay una cultura mejor que otra todas las culturas son valiosas cuando responden de manera satisfactoria a las necesidades y retos de cada persona, grupo o comunidad.