Por Esthela Damián Peralta
Recuerdo mis 44 años de vida y no tengo en la memoria ningún momento parecido al presente, tiempos que anuncian la llegada de nuevas circunstancias para el país, los mexicanos, los migrantes y el mundo.
Ya es un hecho real que cuando menos tendremos un presidente de Estados Unidos por cuatro años que ha decidido poner ejemplo internacional de cómo puede establecer sus reglas de carácter económico, migratorio, de derechos humanos con el mundo. La era de Donald Trump.
Estamos frente a un mundo globalizado en temas de ciencia, comunicación, pero se agotó la globalización en materia de defensa de derechos humanos y medio ambiente. Todos los países miran incrédulos lo que está ocurriendo en la relación entre México y Estados Unidos. Asomando la mirada pero silenciado una respuesta frente a los hechos. ¿Será porque esperan que seamos nosotros, nuestro presidente, quien lleve la batuta en el tema? o ¿Será porque le tienen miedo a la ira del Todopoderoso presidente recién llegado? ¿Y los organismos internacionales dónde están? Hablemos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la Organización Mundial de Comercio (OMC)? Todos mudos testigos de los hechos recientes.
Los mexicanos, todos aquellos que vivimos en este país o en el del norte, reaccionamos con jocosidad en memes, pronunciamientos de ira en redes sociales, pero no asumimos posturas articuladas, ni partidos políticos, ni sociedad civil ni organizaciones no gubernamentales. Hay una carencia de liderazgos y los que hay solo responden electrónicamente o mediante desplegados en medios de comunicación, pensando que esto es una reacción suficiente para la crisis que vivimos.
Un presidente de la República que es el peor calificado, con muchos ejemplos que pulverizan su autoridad moral para convocarnos a enfrentar este reto inédito de rescatar dignidad y trazar un nuevo rumbo.
Hemos visto escándalos vergonzosos en materia de corrupción, la inseguridad en diferentes estados de la República donde pasan casi inadvertidos los asesinatos por el crimen organizado. Una administración que no goza de secretarios de estado brillantes que demuestren, con resultados, que hay aciertos en el gobierno federal. Un incremento a la gasolina que amenaza con otra alza el próximo cuatro de febrero, mezcla de todos estos factores que tienen al país al borde de una conflagración y sin salidas de emergencia.
Migrantes que hoy seguramente viven con incertidumbre, si no es que con profundo miedo a ser deportados, dejando su patrimonio, su familia (cuando tienen hijos nacidos en Estados Unidos), en fin todo su proyecto de vida, sin opciones en la Patria que los vio nacer. Sin alternativas diplomáticas ni defensa legal que garantice la defensa de sus derechos humanos. Temor porque existe la nada, la incertidumbre y la profunda ignorancia de cómo ayudarles. Si el propio Ejecutivo y sus actores políticos (ya sean del PRI o de los partidos de oposición), todos los días son sorprendidos por las múltiples acciones de un presidente estadounidense hiperactivo con apenas 6 días en el poder.
Seguramente Donald Trump está divertido de las reacciones de México y el mundo, sabíamos que esto podía ocurrir, quizá lo que no pensamos es que fuera tan rápido. Pensando como él un empresario, bueno pues pone manos a la obra de aquello que prometió, sin mediar burocracia, diplomacia o estudios sociológicos y efectos colaterales, ¿Hasta dónde llegara? ¿Quiénes serán capaces de hablar para mediar estos conflictos entre el país más poderoso y un país tercermundista (que parece perdió la capacidad de respuesta y acción?
La sociedad norteamericana, los llamados gringos, viven seguramente bajo la duda de qué pasará con aquel mexicano que levanta su cosecha, con la mano de obra que tiene en su fábrica, con la servidumbre que tienen como nanas o personas de limpieza en sus casas, en el mejor de los casos, empresarios, estudiantes incluso turismo mexicano que tiene hoy en día latentes acciones de racismo y xenofobia en el lugar donde vive o viaja.
Frente a todo lo relatado las preguntas son: ¿Qué más debe ocurrir para ver a los mexicanos, políticos y no políticos articulados en una sola línea de acción?, ¿Quiénes serán los actores con solvencia moral y credibilidad que logren trazar la ruta crítica de lo que debemos hacer frente a una andanada de acciones que todos los días son apabullantes?
Hay mucho bla bla bla desde analistas hasta periodistas que dan fe de lo que ocurre. Sin embargo hay una carencia de acciones, darnos certezas de que identificamos los problemas y que frente a cada uno hay una respuesta o plan determinado que pretende disminuir la crisis.
¿Seremos capaces de tener el valor, como en otras épocas de la historia de México, de cerrar las puertas en torno a nuestro orgullo y defensa de nuestra patria?
¿Qué pasará con los jóvenes?, ¿Qué piensan?, ¿Qué buscan?, ¿Qué añoran? El presente los obliga a asumir y ser protagonistas de su propia historia, no hay vuelta de hoja, no deben esperar a cumplir dieciocho años, ni acabar la carrera. ¿O será posible que sigan solo denunciando lo que ocurre a través de una computadora sin atreverse a luchar?
¿Qué ocurriría con los sectores sociales más amplios, que con los maestros, obreros, mujeres, estudiantes?, ¿Atinarán a organizarse en lo inmediato? o ¿Todos seremos mirones de palo?
Pocas veces pienso esto. Me tocó vivir una época que será narrada en la historia de la humanidad y de la cual no conozco su final, sé que no estoy a la altura de las circunstancias porque me miro y me hablo como si fuera la única que padece todos estos problemas, me siento impotente y más que, como política, me siento avergonzada frente a mis hijos a los que no les puedo garantizar ni siquiera un país pacífico que les brinde las mismas oportunidades que yo tuve.